Textos Textiles
1 2021-06-16T11:30:51+00:00 Amy Shimshon-Santo 8295373e73e9d07a5462a7000c36f0d8ec38c9af 125 6 Una entrevista con Cynthia Martínez Benavides, Delia Xóchitl Chávez , y Erika Karina Jiménez Flores plain 2022-05-09T21:32:34+00:00 Delia Xóchitl Chávez and Cynthia Martínez Benavides with Erika Karina Jiménez Flores Copyright © Delia Xóchitl Chávez, Cynthia Martínez Benavides, and Erika Karina Jiménez Flores. All rights reserved. Mary Ton 41571ce6f346e42db642ad179d7e4533c1df2873This page is referenced by:
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2021-06-04T22:30:33+00:00
Textos Textiles / Texts Textiles
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Aprender desde otros territorios / Learning from other territories
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2022-05-09T21:37:47+00:00
Delia Xóchitl Chávez y Cynthia Martínez Benavides entrevistan a Erika Karina Jiménez Flores
Read in EnglishTranscripción en Español Desde la Oralidad
La transcripción anotada que sigue incluye adaptaciones menores desarrolladas por los autores y la entrevistada. Las ligeras variaciones entre el video y la narración están diseñadas intencionalmente para aumentar la claridad y brindar contexto adicional.
Mi nombre es Erika Karina Jiménez Flores. Soy originaria de un pueblo denominado así: Pueblo originario de la Ciudad de México. Se llama San Luis Tlaxialtemalco este pueblo, está ubicado en el suroriente de la Ciudad de México. Estudié en la Facultad de Artes y Diseño (FAD), que antes se llamaba Escuela Nacional de Artes Plásticas y está ubicada en Xochimilco, también en el pueblo de Santiago Tepalcatlalpan. Y a mí todo esto de las prácticas artísticas me ha proporcionado posibilidades de establecer nudos de colaboración con diferentes personas de la alcaldía y fuera de.
Me presentaría justo como habitante de esta región y como alguien a quien le gusta pues ponerse a platicar, como que eso es con lo que yo crecí. Viendo a mi abuelita que salía y con todo mundo chismeaba, mi abuelito, mi otra abuelita, mi otro abuelito y mis padres que también tienen profesiones que implican mucho la socialización. Me gusta mucho el chisme, como saber que está pasando y corroborarlo porque se dicen muchas cosas del sur de la Ciudad de México. Pero a partir de las prácticas y las conversaciones uno dimensiona que en realidad lo que se dice no tanto es lo que sucede. Lo que me separa de la FARO (la Fábrica de Artes y Oficios) Tláhuac es precisamente la zona de reserva ecológica de mi pueblo. (la FARO) Pues ha sido un espacio de aprendizaje, de aprendizaje colectivo.
Mi formación dentro de la cuestión académica meramente sí fue en la ENAP. Pero la cuestión humana y de cómo articularme con las personas de la región pues definitivamente fue y sigue siendo en la FARO Tláhuac. Es un espacio que me ha proporcionado mucho entendimiento y la paciencia para poder ir complementando cosas que desde lo académico no resultan. Lo académico a veces puede ser un poco limitante.
Hay todo este proceso de despojo de varios siglos, en el que, por ejemplo, mi familia, pues toda mi familia por parte de mi papá son campesinos y por parte de mi mamá son migrantes. Y que no nos enseñaban, no nos compartían esa parte tan importante de la vida que es el contacto con la tierra. Y todos los saberes alrededor de esa forma de existir. Pues a ellos les dijeron que tenían que ser profesionistas que sus hijos también tenían que ser profesionistas. Y obviamente empezó a haber esta situación de negar esa identidad. Por todas las experiencias dolorosas que bueno, ahora me voy enterando, que eso también es importante decirlo. Que no, que no siempre fue bonito decir que éramos de pueblo originario.
Cuando ingresé después ahí al posgrado empecé a tejer porque hasta en ese momento en la FAD hay posibilidad de acceder al textil. Entonces cuando ya empecé a tejer, mi abuelita me dijo que a dónde iba con ese tejido, mi abuelita materna que se llama Sofía Robles.
Y le dije—Pues voy a la escuela.
Y se empezó a reír y me dice—¿Cómo que vas hasta al centro a aprender eso, no?.
Y yo le dije—Y sabe abuela que me metí solamente para aprender eso, porque no te dan, no hay curso, no hay taller libre de textil, tienes que estar matriculada en la maestría.
Y me dijo—Pero ¿Cómo crees que vas hasta allá a eso?
Me dice—Si tu tía hace eso.
Y yo no lo podía creer.
Para ese momento yo tenía veintitrés años, y dije—tengo veintitrés años ignorando esta historia; pero hay una razón por la que la ignoraba. Porque eso no da orgullo, porque eso no da prestigio, porque lo que te dicen es que tú tienes que ser, ganar dinero, tener carrito, progresar. Para mí eso fue como un detonante muy grande y entonces pues empecé a platicar más con mi abuelito y entonces, mi abuelito me empezó a decir:
—Ya me dijeron que quieres tejer como las indígenas–. Auto negándose él, porque él era Hñahñú y mi tía es Hñahñú y su familia es Hñahñú, pero entonces es como: “Yo no soy ¿no?”
Era como algo inexplicable: ¿Cómo esta niña quiere aprender estas cosas si nosotros lo único que le hemos procurado es el bien, su bienestar, que no la discriminen? Y no siempre se puede, no es posible platicarlo con otras personas, pues, aunque te quieran proteger, la vida es, la vida es canija, ¿no?
Bueno, al final yo agradezco mucho que haya habido esa coincidencia porque abrió todo el panorama. Y entonces mi tutor de tesis, que es un maestro, que es doctor en Estudios Latinoamericanos. Platicaba mucho conmigo de eso, me decía:—Yo creo que tú puedes hacer un trabajo en el cual otras personas puedan sentirse identificadas y puedan sentir que no sólo hay un camino para construir las prácticas artísticas—; es decir, que no sea la misión estar en bienales, en galerías, vendiendo y comercializando en todo este gran mercado del arte.
“Yo creo que puedes proponer desde otro lugar, desde la identidad.” Y entonces eso a mí me apasionó muchísimo. Y ahora que estoy en la FAD es súper lindo, poder dialogar de esa forma como lo hizo mi abuela. Como lo hizo mi maestro Itzá, porque precisamente en el taller, cuando yo les preguntaba: ¿y por qué quieren aprender a bordar?, la mayoría ya tenía toda esta trayectoria muy andada. Muy caminada desde los feminismos y eso retroalimentó muchísimo el espacio. Porque en mi época, aunque no soy mucho más grande, no había nada de eso y todo estaba normalizado, como todas las prácticas machistas.
Entonces, ellas (las compañeras) ya traían un lenguaje súper avanzado por la misma circunstancia de que todo esto ha ido caminando, lento, pero está caminando. Entonces una de ellas me dijo: “Es que mi familia es originaria de Santa Ana Tlacotenco y mi abuela teje.” Y entonces, así yo dije: “Itzá tenía razón,” valía la pena seguir en esto porque iban a haber historias como la mía y otras más adversas. Y entonces ha sido muy increíble esa parte, porque me dijo la compañera: Yo quiero recuperar (mis orígenes), yo voy cada cierto tiempo al pueblo, mi familia también habla Náhuatl, entonces ya se abrió un espectro.
Y hay otra chica que se llama Ana, que su familia es afrodescendiente. Entonces a mí ya me pareció un gran avance, a nivel de licenciatura, asumirte desde ahí. En mi generación no pasaba o al menos nadie lo decía. Era algo que no generaba ninguna especie de prestigio, al contrario, podía generar cierto estigma, aún en una universidad pública. Porque también eso es bien importante, que la universidad pública no es un espacio pluricultural, ni diverso; hay que construirlo.
Los saberes importantes no vienen solamente de la academia, sino que se van construyendo. Y, en ese sentido con las compañeras de la FARO, estoy como: ¿al revés no?. Y yo ignoro un montón de cosas que ellas conocen de toda la vida por su misma práctica. Que sabemos que no es valorado el trabajo de sostener el hogar, sabemos que eso el capitalismo no lo valora, pero que es una labor bien importante.
Algo que yo aprendí muchísimo de ellas fue a cuidar esa parte, aunque yo no tengo hijos, aprender a cuidar a la familia. Y no por mi condición de mujer sino por una situación de que hay que hacerlo, si no la cuidamos pues la gente, por eso enfermamos, por eso hay tantas situaciones.
Entonces, yo de ellas he aprendido eso, porque llegábamos al taller a las diez de la mañana y ellas, para ese momento del día, ya habían alimentado gente, ya habían dejado preparada la comida, ya habían incluso lavado. Y entonces llegaba su momento para ellas mismas, que es el taller.
Para mí esto es como: “Voy al taller en la facultad porque tengo que pasar los créditos”; y la situación de las compañeras: “Hago mi espacio para tener mi momento.”
Entonces es así, como dos mundos que son estructurados así, además no es que así suceda, así está la situación. Las chicas (de la FAD) querían aprender más técnicas, y yo les decía: “Pueden ir a la FARO”; la distancia no permitió que varias compañeras pudieran ir.
Creo que en ese sentido vamos aprendiendo a mediar, ni muy académico, pero tampoco dejando de lado todo lo que se puede reflexionar allá adentro [de la FARO] y poder socializarlo.
Por ejemplo, las compañeras, con ellas ha sido un poco difícil entrarle a la parte de la violencia doméstica. Nos ha llevado bastante tiempo pero, poco a poco, ya en una situación de confianza, pues nos hemos podido apoyar. Pero no desde la teoría, sino ha sido justo desde otro tipo de vinculación, que yo creo que tiene que ver con la forma en la que vivimos aquí. Que buscas una amiga con la que puedas platicar y la que sabes que te va a ofrecer su hombro y todo, su dinero incluso para salir adelante, lo que las mujeres le llamamos sororidad, resulta que eso existe en las comunidades hace mucho.
Esa parte se me hace muy interesante, de cómo podemos ir dialogando y sobre todo re-entendiendo nuestro habitar.
Creo que todavía no soy cien por ciento consciente de cómo me educaron. Que hay una forma de educación que en este caso me ha determinado en mis relaciones personales, es un acto tan simple, como eso de: “Si alguien llega, ofrécele hasta quedarse a dormir.”
Eso yo nunca lo he vivido, cuando entré a la prepa, me parecía muy asombroso que íbamos a hacer trabajos y nadie me ofreciera de comer. Y ahora lo reflexiono, y nunca pasó en la prepa nunca pasó, yo estudié en Coapa. Pero aquí cuando llegaban a venir, porque también era muy lejos, les parecía muy lejos la casa, pues se llevaban hasta para su semana y si había fiestas se llevaban mole y medio pollo, son formas. Aquí le ofreces hasta que esté lleno, y aunque esté lleno, le sigues ofreciendo porque vino, porque es nuestro invitado, porque es una cuestión hospitalaria, eso en la ciudad no pasa.
Aquí se hace de comer sobrado, vivimos en mayordomías todo el año, vas y comes y va tu familia y come. En la ciudad no hay eso, en la ciudad hay que pagar por comer en un restaurante y hay que pagar mucho.
Entonces, esas situaciones, platicando con amigos decíamos: es que no somos ni de la ciudad, pero tampoco es un 'pueblito-pueblito,' es una cuestión híbrida, súper extraña. Pero que nos ha marcado muchísimo para poder seguir estableciendo nodos de comunicación.
Algo que he aprendido durante este encierro es nuestra necesidad de encontrarnos. La justa dimensión de un encuentro. Ahora que hemos parado, quienes hemos tenido posibilidad, quienes hemos tenido este chance de estar realmente estar. Siempre estábamos a medias, a veces en un cuarto de pila por la experiencia de trabajo que tu realizas en los recorridos de estar en casa en mil lados y llegas fulminada. Ya no hay ese chancecito de tomarnos un cafecito. Ahora hay otras responsabilidades. Presentes, plenamente presentes, porque estábamos, pero no en su totalidad. Quiero decir que nuestros cuerpos estaban allí, pero nuestras mentes no, siempre pensando en lo siguiente que hay que hacer, o las cosas que hacer en casa, y tratando de estar en cien lugares al mismo tiempo. Y al llegar, lo hacemos exhaustos, sin tener la oportunidad de tomar incluso una taza de café con tus seres queridos.
Para algunos de nosotros todavía existe esta posibilidad de convivir, de hacer contacto con los afectos de la familia. Eso lo he aprendido del Náhuatl, lo irbano con esto porque algo que me ha dado la cultura, aquí quiero recuperar las palabras del maestro, de mi maestro de Náhuatl, el maestro Inocente Morales Baranda. A él una vez le preguntaron: ¿Y usted que ha hecho con el Náhuatl? Y el ha contestado (el maestro es muy listo y siempre enseña) y dijo- Tu me preguntas eso, pero yo te contestaría ¿Qué ha hecho el Náhuatl conmigo? Me ha transformado. la visión cultural que tengo desde el idioma es algo que el maestro Inocente Morales Baranda transmitía cuando alguien le preguntó sobre las cosas que el Náhuatl le dio, a esto respondió: “Lo que el náhuatl me ha dado... me acaba de transformar.”
Se me hace increíble al igual que lo del textil como es que alguien puede generar un puente a partir de la historia pasada. En este caso pues hay gente que de repente se ha a cercado a la clase de Náhuatl y hay motivaciones muy increíbles. Hacia apenas en un curso a distancia, que se activo gracias a otro profesor, me decía una chica; “Es que yo me metí porque quiero platicar con mi abuelita. Somos migrantes de Puebla y ella me entiende en español. Y yo quiero practicar, quisiera decirle cosas en Náhuatl y que ella me entienda.” la forma en que alguien puede crear un vínculo entre la historia pasada desde el Náhuatl o el tejido. Cuando las personas se inscriben en la clase Náhuatl se puede percibir una gran cantidad de motivación. Lo percibí cuando una chica de una clase a distancia me dijo: “Quiero aprender Náhuatl porque quiero hablar con mi abuela, somos migrantes de Puebla, ella me entiende en Español, pero yo quiero contarle cosas en Náhuatl, y que ella me entienda.”
Delia Xóchitl Chávez & Cynthia Martínez Benavides
interview Erika Karina Jiménez FloresEnglish Translation From the Oral Story
The annotated transcription below includes minor adaptations developed by the authors and interviewee. Slight variations between the video and narrative are intentionally designed in order to increase clarity and provide additional context.
My name is Erika Karina Jimenez Flores; I was born at a place that in Mexico City is called a Native Community. This place’s official name is San Luis Tlaxialtemalco, located in a southwest part of Mexico City.
I studied at the Arts and Design School (FAD), formerly the National School of Fine Arts (ENAP) in Xochimilco, located in the Santiago Tepalcatlalpan area. To me, all artistic manifestations have given me the opportunity to do collaborative work with local people and outsiders.
I like to see myself as a local inhabitant, and as a chit-chat girl. Being talkative is something that I grew up with, that I consider my inheritance. My grandmother talked a lot, my grandfather did as well, and my parents even have professions that require being communicative and sociable.
I really enjoy gossiping, I’m curious about the information people say. You can hear a lot of things about the southern part of Mexico City, and from all this you can learn that what you hear is not necessarily true.
There is an ecological area in my community which is a territory between my house and my work in the Tlahuac Factory of Arts and Crafts (FARO). This area has become an important symbolic place for me and others.
***
My academic background, acquired at ENAP and Tlahuac FARO, has given me all the human knowledge and experience in life to get the skills a person needs in order to develop herself as a whole being. Sometimes, though, academic recognition is not enough.
My ancestors on my father’s side have been farmers, my mother’s side are immigrants, and somehow, through generations, they have forgotten to create a bond between us and our land, despite all the treasure it represents in life. This underscores the idea of becoming somehow better than our ancestors, or more educated, given all the painful experiences my family has encountered living as native people.
When I started my Master’s degree, I also started to learn weaving. At that time it was possible to enroll in textile subjects at FAD, so I did. When my grandmother saw me she said,
“Why do you go that far [to university] to learn that?”
“I just enrolled in that subject because there isn´t a workshop or a course about it. You have to be a Master’s degree student,” I replied.
“How come you go all that way to learn that?” she inquired. “Your aunt knows how to weave.”
I just couldn't believe it. Back then I was 23 years old, so I thought to myself: “I’ve been living 23 years of my life ignoring that,” and there’s a reason: weaving doesn’t make my family feel proud. There’s nothing but shame around it.
The reason for my family’s omission [of our connection to weaving] is that [by earning a university degree] I was supposed to earn good money, get a car. . . . So, I started to talk to my grandfather about weaving, and I felt some denial about his own Hñahñu blood, and my aunt’s Hñahñu blood. The family is Hñahñu, and I just felt confused.
They couldn’t believe my thinking. “How can she do this to us? After all we’ve done for her?” After all, life is hard and your loved ones can’t do anything to protect you all the time, right?
I am really thankful for the entire discovery I’d made. It, along with the advice I had from my thesis advisor, opened my mind to a new perspective. He has a PhD in Latin American Studies, and he used to say that I could get a job that made me feel proud, and that others could see themselves in me. He reminded me [that] there’s not only one way to go about using this skill [of weaving]; the end game is not only participating at galleries, or selling art. “You can offer your work from a different perspective,” he said.
I was passionate when I realized the possibilities. Since then, at FAD, when I am teaching I like to ask: “Why do you want to learn weaving?” I [have] realized that students use embroidery and weaving as a feminist craft, so they can use all this background to speak of their identity, and to deconstruct many macho practices.
However, they were also aware [of] the process that has to be taken to go back to your roots, and acknowledge them. “My family is from Santa Ana Tlacotenco, and my grandmother weaves,” a student finally replied to my question.
That was when I knew that Itza [my teacher] was right, and it was worth the effort to carry on this tradition. I realized I wanted to preserve it too, as well as speaking in Nahuatl. I saw a great door open there.
I made a friend named Ana in school who is an “Afro-descendente.” I consider our work a huge step towards recognition of our backgrounds. Being together at the same public college could dispel some of the stigma since these public schools aren’t multicultural or diverse. We create our own diversity.
Important knowledge does not come only from the academy. I know I don’t have all the knowledge the girls at FARO have, and it’s the same the other way around. There are things they may be ignorant of, but their experience in life as housewives and/or supporting a family is also an ability that capitalist societies do not recognize.
There is something really relevant I’ve learned from these girls: we must learn to take care of families. It’s a role we have to play. Otherwise, things happen, we get sick. I learned caretaking not because I am a woman, but because it has to be done. I’ve learned from them that by the time we met at 10:00 am each day at FARO, they had already prepared food, done the laundry, etcetera. So, after all that, they deserve to have a moment just for themselves. It is different for me because I go to school to get a grade, whereas for these girls, our time at FARO represents a moment for themselves. And this is the way two different visions or contexts come along: girls from FAD and girls at FARO together. This opportunity has created a balanced atmosphere—not so academic, so to speak.
For example, in relation to domestic violence, girls have been a little reluctant to disclose problems. It has taken a long time for us to be able to help them. Creating a bond between us lets us look at each other as a friend that you can trust, a friend who can even give you money to cope with that issue. This is called sisterhood, which I understand as the natural way to help one another in community life. This has been happening for a long time. I think this bond, this knowledge from each other, is relevant to the way we want to live now.
I also think I’m not totally sure about the way I was raised. I just know my family raised me according to what they believed was right, and that determined my relationship with other people. For instance, I was told: "when we have a guest, offer him or her a place to stay overnight.” Personally, I haven’t experienced anything like that. I remember when I visited a classmate’s house I wasn’t offered anything, not even a meal. It just never happened. I studied in Coapa, and when I invited friends home they said it was too far. Despite that, when the occasion came and they visited me, we gave them enough food to take home for the rest of the week, and if they came when we had a special celebration, they even ate mole and chicken. That’s the way it is here. We offer everything we have until the guest is satisfied. We keep on offering, just because they came, because they are our guests. I know that in the city that is completely different.
Here we always have a lot of food, and we have cultural festivals all year round. That means you go to a house with your family and everybody eats. In the city, that is something that definitely doesn’t happen. In the city, you go to a restaurant and pay for the food—and you pay a lot, by the way.
When talking about these and other traditions with my friends, we acknowledge we are neither from a rural town, nor from the city either. It’s like we are a hybrid, a really weird thing, and it has always been our characteristic. Something I’ve learned during this lockdown is our need to get together, to really be there, present, fully present. Because we were, but not in full. I mean our bodies were there, but our minds [were] not. We were always thinking about the next thing to do, or the things to do at home, and trying to be at hundred places at the same time, getting there exhausted, not having the chance to get even a cup of coffee with your loved ones.
For some of us there is still this possibility to keep in touch with our family. I’ve realized that since my knowledge of Nahuatl, the cultural view I have from the language reminds me of something like the teacher Inocente Morales Baranda said when someone asked him about the things that Nahuatl gave him. To this he answered: “What Nahuatl has given me. . . it has just transformed me.”
I think it is amazing the way someone can create a bond [with history] from Nahuatl or weaving. When people enroll in the Nahuatl class, you can perceive a great deal of motivation. I felt this when a girl in a remote learning class told me: “I want to learn Nahuatl because I want to talk with my grandmother. We come from Puebla. She understands me in Spanish, but I want to tell her things in Nahuatl, though.”